Huichapan en tiempos de coronavirus

Este pueblo parece un manicomio de gente oligofrénica, o un zoológico de seres infrahumanos.

En Coppel, por ejemplo, no es posible hacer compras directas; hay que hacerlas “en línea”, es decir, pagar en internet y recibir el producto en casa, pero la tienda sigue abierta al público…

En la dulcería ubicada a las afueras de Elektra, las cajeras usan el cubrebocas debajo de la nariz, que dejan al descubierto.

Creen que se llama cubrebocas porque la nariz es aparte, algo muy “lógico”, según la noción más extendida en esta capital de la ignorancia y el atraso.

En dicha dulcería, cuyo ambiente ha sido siempre sofocante por la falta de espacio, ahora que uno quiere mantener su distancia es doblemente opresivo.

Además, el negocio exhibe unos precios y cobra otros, obviamente superiores (al menos en el caso del amaranto, como podría suceder con todos los productos, sin excepción).

En las tortillerías ubicadas en una de las calles que rodean el mercado municipal, los empleados no usan cubrebocas.

La mujer que vende las tortillas del lado del mercado se pone el cubrebocas en el cuello.

El hombre que atiende la otra tortillería no se pone cubrebocas en ningún lado (a menos que lo confunda con ropa interior).

Las cajeras del Oxxo tampoco usan cubrebocas, ni los clientes, y nadie guarda su distancia, como si nadie estuviera enterado de nada.

En las tiendas misceláneas, unos tenderos usan cubrebocas y otros no, y en un punto intermedio hay quienes lo usan cuando llegan clientes (o cuando llego yo) y se lo quitan cuando no hay clientes.

Al pueblo de Huichapan nunca se le ha dado la lógica; de hecho, es enemigo de toda lógica y, de paso, las matemáticas…

* * *

Mientras tanto, se nos informa que, como parte del PLAN DN-III-E, fueron habilitadas tres clínicas para el tratamiento exclusivo de coronavirus o Covid-19 en esta región, una de ellas en Huichapan, Hidalgo.

Al parecer, es obra del ejército federal, o sea, la Secretaría de la Defensa Nacional, no la Secretaría de Salud, convertida en aparato de desinformación sistemática y desmantelamiento del sistema de salud, esto último desde antes de la pandemia.

En Huichapan, un grupo de comerciantes bloqueó la avenida frente al palacio municipal en demanda de que se les permita volver a instalar sus puestos en el tianguis.

Hasta donde me quedé, su exigencia inicial era hablar con el edil, que nunca da la cara ni trabaja.

Y aunque no hay información oficial al respecto, la minoría crítica de Huichapan se enteró de que sus “autoridades” usan el Lienzo Charro para hacer fiestas privadas.

En público, recomiendan una cosa y, en privado, hacen otra, que suele ser exactamente lo contrario.

Del dicho al hecho hay mucho huichapeño.

* * *

En el plano personal, digamos que me han caído algunos veintes de paradojas grotescas y representativas de Huichapan, la capital nacional de la demencia por consenso y un tipo específico de pequeñez humana.

La vecina que grita sus conversaciones telefónicas con el auricular a todo volumen para que todos escuchemos inclusive lo que dicen sus interlocutores, como si estuviera sorda, es más bien exhibicionista.

Lo suyo es impudicia y exhibicionismo inconsciente de su inconsciencia, valga la expresión, de modo que resulta imposible ignorar, por ejemplo, lo siguiente:

—¿Qué tal estuvo la fiesta de anoche? ¿Bien? ¿Llegó mucha gente? ¡Qué bueno! Me da mucho gusto, amiga. Pero yo te hablaba para otra cosa: Mándame, por favor, la parte de la oración que ruega por las mamás para que no se enfermen de coronavirus. Hay que aprendernos bien esa parte para que la sepamos todos cuando nos reunamos a rezar hoy en la noche… ¡No! ¡Yo soy muy ingeniosa! ¡Nunca le paro!

Así por el estilo.

Y los vecinos que tengo más carca en la misma calle se dicen “maestros”, no porque tengan una maestría, sino porque trabajan en la Secretaría de Educación Pública (SEP), así que son más bien profesores, si aplicamos un ápice de rigor.

La paradoja en este caso es que (así como la gente más deshonesta y estúpida repite las palabras “educación” y “respeto”, implicando significados exactamente contrarios a los que tienen) desempeñen “educación pública” desde su ignorancia supina de las leyes y la cultura cívica, o sea, con un comportamiento sociópata.

En Huichapan, ocho o nueve de cada diez personas que tienen perros, por ejemplo, ignoran que deben educarlos y dejan su mierda en la vía pública.

Eso es parte del contexto social de la pandemia en este pueblo disque mágico, inminentemente pueblo trágico, donde la magia consiste en hacer abstracción de la tragedia.

(Seguiremos informando…)


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